Los amorosos practicantes de ZhìNéng QìGōng
3.22.2017 | Rocío Martínez (QiO)
Escuchar poesía y practicar ZhìNéng QìGōng deberían ser acciones más cotidianas. Casi tan comunes como ir a comprar tortillas o tomarse una cerveza, como meterse a bañar o tomar una siesta. Ambas acciones nos extraen de la simpleza y subliman lo que es natural: sentir, cambiar, desear, guardar silencio. Pero es cierto que el silencio es una invención humana, es casi un deseo. Pitágoras, matemático-filósofo griego, quien nació en la isla de Samos unos quinientos años antes de la era cristiana, y todos sus discípulos ya afirmaban que aquello que llamamos silencio sólo es la incapacidad de oído humano a captar sonidos que son permanentes: ¿a qué se oye el movimiento de los planetas, la combustión del sol, la explosión de las estrellas…? Pensar en el universo infinito es abrir los sentidos a otras dimensiones: lo que nos parece escandaloso se puede volver tolerable y donde creemos que no hay nada, podemos encontrar vida. Así en la poesía podemos aprender la importancia del silencio para lograr otro ritmo de hablar o pensar.
Pocos poetas hispanohablantes han grabado su propia poesía, y de quienes lo han hecho tal vez diez son a quienes reconocemos, por su cadencia, por su impostura de la voz. Uno de los más reconocidos fue el chapaneco Jaime Sabines, y su poesía más reproducida, más citada (no tengo una estadística que soporte este dato, pero no dudo en mi percepción) es la titulada: “Los amorosos”. Tal vez es la universalidad de lo que nombra lo que hace que muchos se la apropien, no habla, sin embargo, del amor como una expresión sublime, sino más bien conflictiva. El amor cuestiona y hace vulnerable al ser humano. La idea principal de este poema, me atrevo a decir, es que el amor no se puede nombrar. El amor como búsqueda, como abandono, como soledad: entrega permanente. Sabines dice que el amor es movimiento, no es síntesis, no es abstracción.
ZhìNéng QìGōng no es una ciencia que se comprenda meditando, en quietud. Hay que hacer y volver a hacer y no será una repetición porque cada práctica es específica, nos muestra un aspecto que desconocíamos, rozamos algo que no habíamos tocado, tal vez no logramos algo que creíamos haber logrado ya de una buena vez… Así como los amorosos de Sabines, los practicantes de ZhìNéng QìGōng son insaciables y practican en soledad: ¿el Campo que formamos los practicantes es una unión de soledades?
Los amorosos practicantes de ZNQG saben que no ‘saben’, porque el Hun Yuan Qi se manifiesta, se está manifestando permanentemente, y seguirá haciéndolo, volviendo a la realidad una creación permanente en la que “saber” es sinónimo de experimentar. Los practicantes experimentan con su propio cuerpo y ser, así como los amorosos, para serlo, tienen que amar largamente, sin resignación. Muchas veces en un grupo de práctica hemos compartido cómo es que detenernos, por ejemplo, durante San Xin Bing Zhan Zhuang -cuando se nos ocurre practicarlo media hora-, o en Dun Qiang Fa -luego de algunas decenas de sentadillas-… detenernos nos da cierta vergüenza, no de esa que genera estigmas que los demás pueden ver, sino de la vergüenza hacia nosotros mismos por conformarnos, por no esforzarnos. La práctica de ZhìNéng QìGōng es un esfuerzo, el encuentro con una soledad verdadera pero que otras soledades apoyan.
Vacíos: el amor como un hueco, como la ausencia (no sólo de la muerte, no sólo del amado), porque en el vacío todo es posible. Cuando el Hun Yuan Qi se expresa el vacío se transforma en algo que humanamente podemos comprender, sentir. El amor es la expresión sensible de la vida a partir de ese cuestionamiento permanente de ¿qué sigue?, ¿sigue sintiendo por mí?, ¿qué siento, qué es esta alegría y necesidad paralelas?, ¿qué es esta motivación hacia la posibilidad de gozar del y con ‘otro’? El amor es la prórroga perpetua, dice Sabines, el alargar la experiencia, como saber que el Qi se va a seguir expresando, no se detiene. El que ama como condición de vida sabe que no hay término, que cuando explotó ese vínculo no se detendrá más. “Shen Zu Tai Kong”, sexta frase de Zu Chan Fa: pensamos en el vacío infinito, pensemos en lo posible a partir de este amor, de este hermoso vacío.
“Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida” me recuerda mucho a la quinta frase: “Yi Nian Bu Qi”: en la mente no hay pensamiento que distraiga. No sabemos cuál es la manera más adecuada para amar, pero parece que el esfuerzo radica en no distraerse en nimiedades, en no creer que ya sabemos hacerlo, que es una idea ya lograda, que somos sólo una experiencia repetida, sin variante. Cantar algo que no hemos aprendido es como eliminar distracciones, no aferrarnos a una idea preconcebida del bien, de la salud, de la suerte…
También habla Sabines de cómo a partir del amor se logran atributos excepcionales, como coger el agua o tatuar el humo; así, nuestros maestros nos han dicho que con la práctica del ZhìNéng QìGōng despertamos capacidades no comunes. En el amor que vivo y en mi práctica sí experimento singularidades y de nuevo, es en la soledad y en el silencio donde lo noto y no es fácil de compartir ni siquiera con mi persona amada o con mi grupo de práctica. “El amor es el silencio más fino”. Yo sé que sin esfuerzo no hay amor, no se logra nada ahí si no se trabaja, si no se vive de modo extraordinario el tiempo, si no se cuida la palabra, si no se hace desde el Dan Tian Bajo.
Recomiendo que escuchen esta poesía, que la memoricen inclusive para contraponerla a sus propias experiencias. Así nos recomiendan, también, practicar todo el día, sin detenernos, como una herramienta de vida, inclusive tengamos reacciones de Qi que no nos gusten (nos podemos enojar, nos puede doler más lo que dolía poco…). La poesía y el ZhìNéng QìGōng son herramientas de búsqueda permanente, hagámoslos nuestros, parte de nuestra respiración.